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¿La Magia de la Navidad?

diciembre 21, 2010

Bueno, continuamos con la temática navideña (no lo consideren un exceso, tengan en cuenta que esto solo pasa una vez al año).
A continuación un cuento de navidad, cuyo título, siendo honesto, tiene poco que ver con el contenido, pero me gustó ése título y no hay nada que hacerle.

Pero no teman, no se espanten, no va a ser nada cursi, o por lo menos no mucho; nuestro protagonista es el típico antihéroe misantrópico, y seamos honestos, todos amamos por lo menos a algún antihéroe misantrópico. Y si insistes en que no, es que eres un mariquita.

De cualquier manera, solo una pequeña nota: Ninguno de los personajes o situaciones retratados en esta historia están basados en personas o situaciones reales, todo es meramente ficción y el autor (yo) no comparte ni defiende las ideologías del personaje principal o cualquier otro personaje aquí representado (digo, por si a alguien le cabía duda).

Y con esa nota, me deslindo de cualquier reclamo. Aquí va:

 

¿La Magia de la Navidad?

Por fin, había comenzado ésa época del año tan repudiada por Marcos.

La época navideña, que multiplicaba exponencialmente la estupidez y alegría de las personas comunes, para las pulgas de un pequeño gran misántropo como lo era Marcos.

Los primeros indicios de que algo andaba mal se dieron cuando Marcos miraba televisión en el desayuno, y se percató de que lo único que se anunciaban en los cortes comerciales eran juguetes, juguetes, y más juguetes.

Miro con suspicacia en rededor y entonces notó un adorno navideño colgado en la puerta. Dejo su desayuno a medias y entro en la sala con precaución, donde se encontró, como había temido, con unas cajas empolvadas, abiertas, cuyo contenido podía verse desde lejos; adornos navideños y un árbol artificial y de fácil ensamblado.

La madre y la hermana menor de Marcos se ocupaban de sacar los adornos de las cajas, decidiendo donde pondrían cada adorno, aunque Marcos sabía que, no importara cuanta creatividad quisieran imprimirle a la actividad, la casa se vería igual de ridículamente adornada que cada año.

– ¿Ya terminaste de desayunar, hijo? ¿Quieres ayudarnos a adornar la casa? – preguntó la madre de Marcos, con una amigable sonrisa que hacía juego con los adornos.

– Preferiría que no, mamá. ¿Cuánto falta para el 24?

Era del conocimiento público que una vez que Marcos salía de vacaciones se olvidaba completamente de en que día vivía.

– Una semana – respondió su madre, conservando la sonrisa.

– ¿Una semana exacta? ¿O sea, siete días? ¿U ocho? ¿O como?

– Siete días. Entonces, ¿nos ayudas?

– Ya te dije que no. Bueno, voy a salir.

– ¿A dónde vas, con quien y a que hora regresas? – la sonrisa de la madre ya se había borrado.

– Por ahí, con Tania, y hoy mismo.

– ¿Con Tania? ¿Y que pasó con Samantha? – una nueva sonrisa se había dibujado en el rostro de la progenitora, pero esta vez era una sonrisa pícara y cómplice.

– ¿Qué pasó de qué? A Samantha la veo mañana, o no se, otro día.

Samantha era la novia de Marcos. Llevaban dos meses juntos.
Tania era la mejor (y única) amiga de Marcos. Se conocían desde febrero del mismo año.

Marcos nunca lo diría en voz alta, pero Tania era la persona a la que más quería (dejando de lado a su familia, donde el cariño estaba sobreentendido y era obligatorio). Era como un genial amigo hombre, pero el hecho de ser mujer le sumaba muchos puntos.

Marcos era un poco misógino, y no se molestaba en ocultarlo. No es que lo hubieran educado para pensar que las mujeres eran menos o cosa parecida, ni que alguna mujer le hubiera hecho suficiente daño como para que decidiera odiarlas a todas, nada más lejos de la verdad.

Simplemente, a lo largo de sus veintidós años de vida, casi todas las mujeres que había conocido le habían parecido parcial o totalmente estúpidas a niveles desesperantes.
Incluso consideraba un poco estúpidas a su madre, su hermana y a su novia Samantha, aunque siendo justos, consideraba estúpidas a casi todas las personas indistintamente, pero a las mujeres un poco más.

Pero Tania se había encargado de demostrarle, sin proponérselo, que había mujeres inteligentes y geniales, y que incluso eran capaces de comprenderlo.

Marcos había recuperado un poco de fe en la humanidad al conocerla.

No solo tenían muchos gustos en común, además daba gusto ver que una mujer era capaz de sostener un debate con un hombre y dejarlo callado con argumentos sólidos y no con lloriqueos y berrinches dignos de un chiquillo malcriado, como ocurría con la mayoría de las mujeres con las que Marcos discutía.

Además, cosa curiosa, lo mismo que Marcos pensaba de las mujeres, Tania lo pensaba de los hombres. Se lamentaba de que todos eran demasiado estúpidos y tercos, y que sus prioridades estaban organizadas de formas bizarras.

Es de conocimiento común que las mujeres adoran salir con patanes y cabrones (cosa que, como Marcos no se cansaba de señalar, era otra prueba de la estupidez femenina), y como Marcos era un completo patán y un completo cabrón, nunca le había faltado una mujer dispuesta a andar con él, y él nunca se tomaba demasiado tiempo para considerar si una relación podía funcionar o no, por lo que salía de una para entrar a otra más rápido que la luz.

Tania, contrario a lo que podría pensarse en un primer momento, dada su forma de ser, no era para nada fea, más bien al contrario, era bastante atractiva, y a ella tampoco le faltaban pretendientes, aunque a diferencia de Marcos, ella se tomaba el tiempo de decidir si una relación podía o no funcionar, y no se dejaba impresionar por patanes y cabrones.

Así pues, a Tania nunca se le había pasado por la cabeza tener algo con Marcos. Por su lado, Marcos, como todo hombre, claro que consideró poder tener algo con Tania. Sin embargo, al final llegó a la conclusión de que sería contraproducente.

Ya le había pasado que conocía a una chica que parecía ser linda, interesante, de carácter fuerte e independiente, pero cuando comenzaban a andar, la chica en cuestión parecía sufrir un ataque intenso de histeria, melosidad, dependencia y estupidez.

Por lo tanto Marcos descartó la posibilidad de tener algo con Tania, y de ése modo tenían la relación perfecta.

Ése día, por sugerencia de Tania, pasearon por el centro, entraron a un museo (ya que ése día era gratis) y se sentaron a platicar sobre la navidad en una banquita.

Marcos, como era natural, despotricó contra todo; contra Santa Claus, contra los regalos, contra los anuncios, contra los niños, contra los adornos, contra el niñito-dios y de paso contra los reyes magos y el año nuevo.

– Bueno, entonces creo que las ardientes llamas del infierno le esperan a tu regalo – dijo Tania cuando el furioso ataque de Marcos contra la sociedad en general disminuyó en intensidad.

– ¿Qué?

– Si, te había comprado un regalo, solo por el gusto de expresarte mi afecto y cariño, convencida de que la ideología de que es más bonito dar que recibir es una verdad absoluta en esta época del año – explicó Tania, con una sonrisa traviesa y un tono de voz de ésos que no se sabe si son sarcásticos o no.

– ¿Ése es el mejor argumento que se te ocurrió para que deje de maldecir estas asquerosas fiestas? – Marcos miraba a Tania con los ojos entrecerrados y actitud acusadora.

– No, te lo digo en serio, te compré un regalo.

– ¿Por qué?

– Por que somos amigos.

La respuesta de Tania fue natural, y con el tono de voz con el que se le explica algo a una persona bastante lenta de entendimiento.

– ¿No me estás jodiendo con una broma, mujer? – preguntó Marcos.

– Ya te dije que no. Mira, el 24 en la mañana vienes a mi casa y te doy tu regalo, y en serio, no es una broma.

Tania parecía sincera, y realmente no era del tipo que jugara bromas, así que debía ser cierto; ella lo apreciaba de verdad y le iba a hacer un regalo.

Seguramente Samantha también iba a regalarle algo, más porque el contrato de noviazgo así lo indicaba que por otra cosa, y realmente la idea no le emocionaba nada a Marcos, ya que el también tendría que tomarse la molestia de regalarle algo a Samantha. Estúpido contrato de noviazgo.

Pero que Tania fuera a hacerle un regalo, no por cumplir con contrato social alguno, sino por un afecto verdadero, realmente había logrado sacudir el retorcido y ennegrecido corazón de Marcos, que se dio cuenta de lo mucho que quería a Tania y decidió que el también quería regalarle algo.

Al día siguiente Marcos se vio con Samantha, que arrastró al pobre hombre a un centro comercial, donde realizó variedad de innecesarias comprar navideñas para todas sus amigas.

Al día después de ese, Marcos reunió todo el dinero que tenía en su poder y podía gastar sin que aquello significarse sacrificar alguno de sus vicios o costumbres. Reunió un total de quinientos pesos.

No era mucho, pero esperaba que bastase. Según el contrato de noviazgo, el regalo para Samantha debía rondar un precio aproximado de doscientos pesotes; supuso que podía comprarle una bolsa, un peluche, o algo así (ropa y calzado estaban descartados, pues no tenía una maldita idea de las tallas de Samantha, y no pensaba entrar a una tienda de ropa para mujer, de todas maneras).

Luego entonces, tendría trescientos pesos más o menos para comprarle un buen regalo a Tania.

El precio realmente no importaba (siempre y cuando no excediera su presupuesto), no quería comprarle algo caro, sino algo significativo que mostrara lo que sentía, y estaba seguro de poder conseguirlo.

Así pues, se lanzó al centro comercial más grande y lleno de variedad del que tenía conocimiento, en busca de los dos regalos.

Supuso que, para comodidad, sería mejor buscar primero el regalo de Samantha, ya que no tendría que quebrarse mucho la cabeza para conseguir algo que cumpliera íntegramente el contrato de noviazgo, y además, así ya sabría exactamente cuanto podría permitirse gastar para el regalo de Tania.

Entró a una de esas tiendas de regalos donde todo es rosa y está fuertemente iluminado (tanto así que al entrar tuvo que cubrirse los ojos para que no se le dañara la vista) y encontró algo que parecía cumplir cabalmente con todas las exigencias del contrato: una jirafa de peluche asquerosamente tierna (tanto que Marcos estuvo tentado a destruirla). A Samantha le encantaban las jirafas (por alguna razón bizarra e incomprensible), y además el animal de peluche tenía un sombrerito navideño y un corazón bordado en un costado que decía “I love you” dentro del mismo, y que cuando era presionado hacía que la jirafa “cantara” un estúpido villancico que ni siquiera se entendía bien.
Perjuriosamente meloso, todo lo que el peluche representaba era repudiado por Marcos; era el regalo perfecto para Samantha.

El animal de peluche costaba doscientos veinte pesos y unos cuantos centavos. Marcos maldijo a todos los dioses por los veinte pesos y los cuantos centavos extras que tendría que pagar para el regalo, pero convencido de que era el regalo ideal y una oportunidad que no podía dejarse pasar, aceptó estoicamente pagar el precio.

Salio del aberrante establecimiento con la bestia afelpada aferrada en una bolsa negra de plástico, respiro hondo, y ya más tranquilo, se encaminó a la zona del centro comercial donde estaban los locales que tenían mercancía que merecía la pena.

Luego de rodar por varias tiendas de baratijas (que, por cierto, no eran nada baratas) en busca de algún objeto presumiblemente maldito o utilizado para matar a alguien o hacer un ritual satánico, Marcos no tuvo más opción que visitar las tiendas frikis, al no encontrar nada que cumpliera sus exigencias de calidad y precio.

Sin embargo, el destino sonrió a nuestro detestable héroe, pues rondando en una de ésas tiendas de manga y juguetes convertidos en piezas de coleccionista, Marcos encontró una figura que le hizo estremecerse solo de verla.

Se trataba de una figura de Pinhead, personaje central de la saga de películas de Hellraiser.
La figura, a pesar de no ser muy grande, estaba soberbiamente lograda y detallada, y capturaba toda la esencia de tan poderoso y abrumador personaje, tanto así que parecía que los mismísimos Dioses del Dolor hubiesen forjado la figura con sus propias manos, usando su propia sangre plastificada.

Marcos avanzó tembloroso, limpiándose una gota de sudor que escurría por su rostro a pesar del frío, y le dijo al encargado, un regordete que platicaba de anime con otro cliente:

– ¿Cuánto por la figurita esta?

Claro, en condiciones normales, Marcos se habría referido a “la figurita esta” como “la reproducción a escala de Pinhead, la forma antropomórfica del dolor, señor de los cenobitas y sadomasoquista más grande jamás concebido por la enferma mente de Clive Barker”, pero Marcos conocía muy bien como funcionaban las cosas en aquél negocio; si uno demostraba comprender el verdadero valor artístico de una de esas figuritas (es decir, conocer y gustar del personaje que representaban), los encargados podían subirle el precio descaradamente a la figura, a sabiendas de que el interesado pagaría cualquier suma.

Así que Marcos actuó indiferente, como si la figura simplemente le hubiera llamado la atención, pero no supiera nada de ella. Con suerte el encargado picaría el anzuelo y le dejaría la figura en su precio real, y tal vez hasta un poco menos, considerando que los que frecuentaban la tienda eran frikis que no salían de Naruto y ese tipo de basura, y por lo tanto no tendrían interés en una figura como aquella.

– Trecientos.

Fue una respuesta tajante y fulminante, como la que suelen dar los encargados a los clientes que “no saben nada” en ése tipo de tiendas; el gordo había picado el anzuelo.

– ¿Es lo menos? Es que solo traigo doscientos cincuenta.

Luego de un duelo de miradas tal que cualquier cosa en medio de los dos contendientes hubiera caído fulminada, el encargado dijo:

– Doscientos ochenta.

– Hecho.

Marcos cerró el trato antes de que pudiera haber otro cambio de opinión. Tomó la figura y cedió el dinero, y una vez que la transacción quedó terminada y la figura guardada en una bolsa, Marcos se encaminó a la salida a la vez que decía:

– ¡Joder, una figura de Pinhead! Geniaaal.

Al salir giró la cabeza y vio al encargado mirarlo con odio y resentimiento.

Marcos se felicitó por la excelente manera de invertir esos quinientos pesos; por un lado un regalo tan bueno para Samantha le aseguraba ser muy bien recompensado.

Y por el otro, el ejercicio de regalarle algo a Tania por el puro gusto de hacerlo, le hacía bien a la podrida alma de Marcos, que, aunque no lo reconociera, ya entendía un poco el por qué todos los idiotas amaban la navidad.

Los días siguientes pasaron sin grandes incidentes, hasta la noche del 23, en la que Marcos y Samantha fueron al cine y a dar una vuelta, evento que, aunque ninguno de los dos lo dijo explícitamente, se entendía tácitamente que era el momento en el que debían darle al otro su regalo de navidad, como estipulaba el contrato de noviazgo.

Marcos entregó la abominación afelpada en una repulsivamente colorida bolsa de regalo, mientras Samantha le entregó a Marcos una caja de regalo rectangular, de buen tamaño.

Como Marcos había previsto, la jirafa hizo estragos en la débil mente de Samantha, que se arrojó a sus brazos en un extasiado arrebato de felicidad y ése tipo de cosas molestas.

El regalo para Marcos resultaron ser unos zapatos, tal vez ataque indirecto al respecto de que el muchacho siempre andaba con tenis (y con sandalias, cuando hacía mucho calor).

Seguramente ahora Marcos se vería obligado a usarlos cada que saliera con Samantha, y eso lo reventaba bastante, pero no dijo nada; se limitó a sonreír y a agradecerle el regalo (sin molestarse en ocultar el tono sarcástico de su voz).

Por lo menos la promesa de una tarde de pasión en casa de Samantha (un día que sus padres no estuvieran) en el futuro cercano hizo que todo ese bodrio valiera la pena.

Finalmente llegó la prometida mañana del 24. Marcos decidió que, pese a todo, no podía dejar que su imagen de Hijo de Puta se destruyera por culpa del regalo, así que en un acto de rebeldía contra todos los estándares establecidos por la sociedad, no envolvió la figura, sino que la transportó en una bolsa de plástico negra, común y corriente (la misma en la que le habían empacado la jirafa de peluche al comprarla).

Llegó a casa de Tania y tocó la puerta. La madre de ella (que por alguna razón infundamentada consideraba a Marcos “un buen muchacho”) fue quien le abrió la puerta, y lo invitó a pasar, pero en ése momento Tania bajó rápidamente por la escalera y llegó hasta la puerta, y le dijo a su madre que ella atendería a Marcos.

– ¿Qué traes ahí? – fue lo primero que preguntó la chica al estar frente a Marcos, en la entrada de su casa.

Marcos dudó un segundo, se le habían ocurrido varias cosas ingeniosas y maleducadas para decir al entregar el regalo, pero ahora que era el momento de la verdad, las palabras no fluían.

– No pienso dejar que me chantajees emocionalmente. Yo también te compré un regalo – logró articular al fin, extendiéndole el regalo a Tania.

Tania se vio visiblemente sorprendida por aquél hecho, alzó las cejas con incredulidad y tomó la bolsa que Marcos le tendía.

– Más te vale que no sea un chistecito, todavía me acuerdo cuando le regalaste un dildo a… – decía Tania cuando ahogó un gritito de sorpresa al sacar el contenido de la bolsa.

La chica abrió mucho los ojos y soltó un grito de alegría a la vez que se lanzaba sobre Marcos y le daba un fuerte y prolongado abrazo aún con la figura en la mano, a la vez que le agradecía profusamente tan magnífico regalo.

Bien. En ése momento la Magia de la Navidad entró en el corazón de Marcos. Se dio cuenta de que no hallaría mejor regalo en todo el mundo que la reacción de Tania, su júbilo y alegría y muestras de cariño, y que lo que había pagado por la figura había sido en verdad poco, comparado con la alegría que había recibido a cambio. Entendió que todo eso sobre el amor, la unión, la paz, la solidaridad y cosas similares, no eran solo porquería sacada de la manga para ocultar los verdaderos sucios motivos tras la navidad, sino que eran cosas reales y posibles si la humanidad cambiaba su actitud y todos juntos tratábamos de ser mejores.

Todo el resentimiento se esfumó, y Marcos fue una nueva persona, y miró a Tania como a la única persona que alguna vez había amado.

– Ahora, respecto a tu regalo – dijo Tania, una vez que termino de mirar la figura de Pinhead extasiada y que se terminaron los abrazos y agradecimientos.

– Oh si, me carcome la curiosidad, ¿qué tienes para mí? – preguntó Marcos sonriente y lleno de júbilo, esperando con ansias el regalo, no tanto por el deseo material, sino por ver como Tania le expresaba su cariño.

– Es que… bueno… no hay regalo – dijo la chica, evitando la mirada de Marcos y retorciéndose las manos, tremendamente incómoda.

– ¿Cómo que no hay regalo?

– La verdad, eso de que te iba a dar un regalo fue una trampa para ver si la curiosidad o la reciprocidad actuaban sobre ti y conseguía que despertara en ti un poco de espíritu navideño (cosa que creo que sucedió), nunca pensé que fueras a llegar tan lejos como para…

– Está bien. No hay problema.

– ¿En serio? Me siento fatal por esto, en serio. Te juro que te voy a compensar.

– No tienes por que. Esta experiencia me ha hecho darme cuenta de muchas cosas. Ahora me doy cuenta del verdadero significado de la navidad.

– Wow, ni siquiera el señor Scrooge tuvo un cambio tan radical. Feliz Navidad Marcos.

Si bien en un principio no había podido ocultar sus sorpresa y decepción por la noticia, Marcos había estado impasible hasta éste punto de la plática, incluso una tímida sonrisa se había dibujado en su rostro, así que Tania trató de sonreírle también, entre apenada y alegre al ver un cambio tan radical en su amigo.

– Feliz Navidad… ¡UNA CHINGADA! ¡Al carajo! ¡Puedes pudrirte, PERRA, jamás te volveré a hablar en mi puta vida, y espero que te metas esa jodida figura de mierda por el cu…!

FIN

 

Espero que les haya gustado y que me compartan sus opiniones.

Ya no les deseo feliz navidad, por lo menos hasta saber si van a regalarme algo o no, cerdos.

Es un mundo extraño. Mantengámoslo así.

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